¿Hasta que punto merece la pena
alistarse en el ejército? Una pregunta que más de uno, o
posiblemente todos, nos hemos hecho alguna vez. Uno baraja la
posibilidad de entrar en combate, en que estará en peligro las 24
horas del día, o de que irá a destinos que no quiere ni ver. Pero
lo que uno no piensa es: hasta qué punto voy a seguir siendo yo, cómo
voy a pensar pasado un tiempo, cómo me afectarán ciertas cosas o
cómo voy a acabar actuando. Merece la pena?
Esta pregunta me la he vuelto a hacer
recientemente, y no por mí, sino por todos esos soldados americanos
que, durante o después de la guerra de Irak, han optado por quitarse
la vida. Esos 468 soldados que no pudieron aguantar los recuerdos y las imágenes grabadas en la retina. Incluso, la espera por volver a ver a esa mujer que aguarda en sus casas, o ese hijo que viene en camino o
que juega alegremente en el parque.
Hasta la fecha, han muerto más
soldados quitándose ellos mismo su vida que por el conflicto bélico
propiamente dicho. 468 suicidios por 462 muertes en combate. Estoy
seguro que pocos de mis lectores conocían estos datos (cosas de la
censura que no entraré ahora) pero una vez escuchados son...
escalofriantes.
La presión que sufren los soldados. La
tensión de estar siempre alerta. No saber si alguno de tus amigos
con los que pasas el día a día va a morir en 1 hora o en 1 minuto,
si serás tú el siguiente... Muchos solo encuentran una salida,
otros siemplemente vuelven a casa. Lástima que para estos últimos
las secuelas vuelvan con ellos.
Para mí, los gobiernos y los altos cargos militares se han olvidado de una máxima
que había antiguamente, cuando se luchaba con escudos y espadas, y
es que la fuerza del soldado reside en la mente. Hoy en día solo
piensan que la fuerza reside en lo que explota más, o hace más
daño, y se han olvidado de lo realmente importante, la persona, el
soldado.
Sinceramente, hasta que no se solucione
ampliamente este problema, creo que no merece la pena.